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Foto ACI prensa (David Ramos) |
Bogotá.- El Papa Francisco dirigió hoy un elocuente y vibrante mensaje a los
colombianos y al mundo, durante su intervención en el Balcón del Palacio
cardenalicio, cuando impartió la Bendición a los fieles. El Saludo del Santo
Padre está consignado en el siguiente documento oficial:
Queridos hermanos y hermanas:
Los saludo con gran alegría y les agradezco
la calurosa bienvenida. «Al entrar en una casa, digan primero: '¡Que descienda
la paz sobre esta casa!'. Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz
reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes» (Lc 10,5-6).
Hoy entro a esta casa que es Colombia
diciéndoles, ¡La paz con ustedes! Así era la expresión de saludo de todo judío
y también de Jesús. Porque quise venir hasta aquí como peregrino de paz y de
esperanza, y deseo vivir estos momentos de encuentro con alegría, dando gracias
a Dios por todo el bien que ha hecho en esta Nación, en cada una de sus vidas.
Vengo también para aprender; sí, aprender
de ustedes, de su fe, de su fortaleza ante la adversidad. Han vivido momentos
difíciles y oscuros, pero el Señor está cerca de ustedes, en el corazón de cada
hijo e hija de este País. Él no es selectivo, no excluye a nadie sino que
abraza a todos; y todos somos importantes y necesarios para Él. Durante estos
días quisiera compartir con ustedes la verdad más importante: que Dios los ama
con amor de Padre y los anima a seguir buscando y deseando la paz, aquella paz
que es auténtica y duradera.
Veo aquí a muchos jóvenes que han venido de
todos los rincones del País: cachacos, costeños, paisas, vallunos, llaneros.
Para mí siempre es motivo de gozo encontrarme con los jóvenes. En este día les
digo: mantengan viva la alegría, es signo del corazón joven, del corazón que ha
encontrado al Señor. Nadie se la podrá quitar (cf. Jn 16,22). No se la dejen
robar, cuiden esa alegría que todo lo unifica en el saberse amados por el
Señor. El fuego del amor de Jesucristo hace desbordante ese gozo, y es
suficiente para incendiar el mundo entero. ¡Cómo no van a poder cambiar esta
sociedad y lo que se propongan! ¡No le teman al futuro! ¡Atrévanse a soñar a lo
grande! A ese sueño grande los quiero invitar hoy.
Ustedes, los jóvenes, tienen una
sensibilidad especial para reconocer el sufrimiento de otros; los voluntariados
del mundo entero se nutren de miles de ustedes que son capaces de resignar
tiempos propios, comodidades, proyectos centrados en ustedes mismos, para
dejarse conmover por las necesidades de los más frágiles y dedicarse a ellos.
Pero también puede suceder que hayan nacido en ambientes donde la muerte, el
dolor, la división han calado tan hondo que los hayan dejado medio mareados,
como anestesiados: Dejen que el sufrimiento de sus hermanos colombianos los
abofetee y los movilice. Ayúdennos a nosotros, los mayores, a no acostumbrarnos
al dolor y al abandono.
También ustedes, chicos y chicas, que viven
en ambientes complejos, con realidades distintas y situaciones familiares de lo
más diversas, se han habituado a ver que no todo es blanco ni todo es negro;
que la vida cotidiana se resuelve en una amplia gama de tonalidades grises y
esto los puede exponer al riesgo de caer en una atmósfera de relativismo,
dejando de lado esa potencialidad que tienen los jóvenes, la de entender el
dolor de los que han sufrido. Ustedes tienen la capacidad no sólo de juzgar,
señalar desaciertos, sino también esa otra capacidad hermosa y constructiva: la
de comprender. Comprender que incluso detrás de un error —porque el error es
error y no hay que maquillarlo— hay un sinfín de razones, de atenuantes.
¡Cuánto los necesita Colombia para ponerse en los zapatos de aquellos que
muchas generaciones anteriores no han podido o no han sabido hacerlo, o no
atinaron con el modo adecuado para lograr comprender!
A ustedes, jóvenes, les es tan fácil
encontrarse. Les basta un rico café, un refajo, o lo que sea, como excusa para
suscitar el encuentro. Los jóvenes coinciden en la música, en el arte... ¡si
hasta una final entre el Atlético Nacional y el América de Cali es ocasión para
estar juntos! Ustedes pueden enseñarnos que la cultura del encuentro no es pensar,
vivir, ni reaccionar todos del mismo modo; es saber que más allá de nuestras
diferencias somos todos parte de algo grande que nos une y nos trasciende,
somos parte de este maravilloso País.
También vuestra juventud los hace capaces
de algo muy difícil en la vida: perdonar. Perdonar a quienes nos han herido; es
notable ver cómo no se dejan enredar por historias viejas, cómo miran con
extrañeza cuando los adultos repetimos acontecimientos de división simplemente
por estar atados a rencores. Ustedes nos ayudan en este intento de dejar atrás
lo que nos ofendió, de mirar adelante sin el lastre del odio, porque nos hacen
ver todo el mundo que hay por delante, toda la Colombia que quiere crecer y
seguir desarrollándose; esa Colombia que nos necesita a todos y que los mayores
le debemos a ustedes.
Y precisamente por esto enfrentan el enorme
desafío de ayudarnos a sanar nuestro corazón; a contagiarnos la esperanza joven
que siempre está dispuesta a darle a los otros una segunda oportunidad. Los
ambientes de desazón e incredulidad enferman el alma, ambientes que no
encuentran salida a los problemas y boicotean a los que lo intentan, dañan la
esperanza que necesita toda comunidad para avanzar. Que sus ilusiones y
proyectos oxigenen Colombia y la llenen de utopías saludables.
Sólo así se animarán a descubrir el País
que se esconde detrás de las montañas; el que trasciende titulares de diarios y
no aparece en la preocupación cotidiana por estar tan lejos. Ese País que no se
ve y que es parte de este cuerpo social que nos necesita: descubrir la Colombia
profunda. Los corazones jóvenes se estimulan ante los desafíos grandes: ¡Cuánta
belleza natural para ser contemplada sin necesidad de explotarla! ¡Cuántos
jóvenes como ustedes precisan de su mano tendida, de su hombro para vislumbrar
un futuro mejor!
Hoy he querido estar estos momentos con
ustedes; estoy seguro de que ustedes tienen el potencial necesario para
construir la nación que siempre hemos soñado. Los jóvenes son la esperanza de
Colombia y de la Iglesia; en su caminar y en sus pasos adivinamos los del
Mensajero de la Paz, de Aquél que nos trae noticias buenas.
Queridos hermanos y hermanas de este amado
País. Me dirijo ahora a todos, niños, jóvenes, adultos y ancianos, como quien
quiere ser portador de esperanza: que las dificultades no los opriman, que la
violencia no los derrumbe, que el mal no los venza. Creemos que Jesús, con su
amor y misericordia que permanecen para siempre, ha vencido el mal, el pecado y
la muerte. Sólo basta salir a su encuentro. Los invito al compromiso, no al
cumplimiento, en la renovación de la sociedad, para que sea justa, estable,
fecunda. Desde este lugar, los animo a afianzarse en el Señor, es el único que
nos sostiene y alienta para poder contribuir a la reconciliación y a la paz.
Los abrazo a todos y a cada uno, a los
enfermos, a los pobres, a los marginados, a los necesitados, a los ancianos, a
los que están en sus casas… a todos; todos están en mi corazón. Y ruego a Dios
que los bendiga. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Ajuste de texto y diagramación: Bersoahoy.co